Falta elitismo
Otra vez una aglomeración ha tenido un final trágico, y un niño ha muerto atropellado en la cabalgata de los Reyes Magos en Málaga. Mientras continuemos amontonándonos continuaremos llorando. La multitud es letal. Cada vez somos más y cada vez la falta de personalidad sume a más gente en lo gregario.
Tenemos que educar a nuestros hijos en un gusto más refinado, tenemos que enseñarles a dudar del tumulto en lugar de este vulgarísimo querer ir donde todo el mundo va. Los niños tienen que crecer afirmándose en su singularidad mucho más que en la bravuconada colectiva. Nos falta introspección, elaboración, finura. Sobra seguidismo, lo macro y el gusto por lo masivo.
Nos falta, sobre todo, elitismo, ese elitismo que no depende del dinero y que se basa en el espíritu, en la actitud, en una idea de la sofisticación moldeada con rigor, con capacidad de sacrificio y de superación, e intentando proyectarnos en todo lo que decimos y hacemos.
Nos falta el elitismo que nos distingue como ciudadanos y nos rescata de la muchedumbre, de la carne vendida a peso y de la vida desperdiciada porque a nada le damos importancia. Nos falta dejar de tener miedo a ser nosotros mismos y atrevernos a jugar con nuestras propias reglas y a vivir según nuestros gustos y no según lo que se supone que nos tendría que gustar porque le gusta a todo el mundo.
Nada tiene que ver con el espíritu navideño, ni con la magia de los Reyes, acudir en tromba a un desfile de siniestras carrozas con unos tipos disfrazados que lanzan caramelos. Los Reyes existen, como el Espíritu Santo y la virginidad de María, pero ni están ni estarán nunca en la deplorable horterada en que se han convertido las cabalgatas.
Podemos hacerlo mejor. Podemos educar mejor a nuestros hijos, crearles un sistema de fascinaciones más rico y más intenso. Exactamente por el mismo precio por el que un niño va a una cabalgata puede quedarse en casa y tener una relación mucho más profunda y mágica con el Misterio. Podemos ser más exigentes, y más brillantes, y más buenos. Lo peor que nos puede pasar es hacer las cosas sin ningún criterio.
Del mismo modo que cada cual tendrá que saber vivir con los recursos que sea capaz de generar -agotado ya el dinero de los demás- tendremos que empezar a huir de lo multitudinario si no queremos morir aplastados. Al principio cuesta y te sientes raro, pero luego te acostumbras a vivir a tu manera y te das cuenta de que el mundo es un lugar maravilloso.
Existe el peligro, tenemos que tomar riesgos y nuestra naturaleza es exploradora y aventurera. Un hombre se define por los riesgos que asume y por el peligro que corre cuando lucha por defender las ideas en las que cree y a las personas a las que quiere. Es dulce y digno que así sea, pero no que perdamos la vida por cualquier tontería y del modo más absurdo e ingrato. Tendríamos que ser más agradecidos con la suerte que hemos tenido, y más conscientes de nuestra responsabilidad.
Dependemos de nuestro dinero y de nuestro comportamiento. De nuestra higiene moral y de nuestra tensión espiritual. Cuanto antes lo aprendamos, antes dejaremos de quejarnos, y de morir pisoteados.